El día 15 de junio de 2019, los alumnos de la II promoción del Máster en Psicopatología y Clínica Psicoanalítica pudimos asistir a las clases impartidas por Fernando Longás Uranga y Rafael Huertas bajo los títulos «Placer, pasión y vida buena en el mundo clásico» e «Historia cultural y social de la psicopatología» respectivamente. Ambas clases quizá podrían resumirse con el denominador común de una pregunta: ¿Cómo hace eco el pensamiento de autores clásicos o las narrativas de épocas pasadas a la sociedad a la que hoy asistimos?
Fernando Longás
Haciendo gala de su humor característico y embriagando el aula de pasión por los grandes artes como la poesía y la pintura, Longás viene a ponernos en cuestión aquello que creemos saber, para invitarnos a reflexionar sobre otra forma de pensar posible.
Dejando en segundo plano la parte teórica de la filosofía, que procura un uso del pensamiento con objeto de apropiación de la verdad, nos abre paso al camino de la praxis del «arte de vivir». «¿Qué hacer para que la vida no se transforme en una suerte de ansiedad de vivir, en la conquista de algo más allá de lo finito o limitado?»
Longás propone el uso de las palabras, el pensamiento o el lenguaje como una «farmacopea» del alma o medicina para vivir bien. Con esto, sostiene que «conocerse a sí mismo es comprender que se está en continuo cambio» y, por ende, que la felicidad es una actitud del alma y de poco sirve reducirla a planteamientos teóricos. «La conciencia de los límites es la puerta hacia la belleza de aquello que no se sabe».
Con este hilo conductor, nos regala un viaje por el desarrollo de la filosofía del lado de este arte de vivir. Para ello, se detiene en algunas pinceladas del pensamiento de autores clásicos como Platón y su diálogo con el amor, un amor platónico, imposible, que se ha reducido en la actualidad a la idea de amor inalcanzable, cuando es este —justamente el amor imposible— el único amor posible.
Para dibujarnos este planteamiento nos acerca al término de «menesterosidad», la tendencia hacia lo que no se tiene, a la vez sostén y penuria del amor: «¿Qué hago hoy para conservar lo que amo mañana?»
En la misma línea, nos acerca a la reflexión aristotélica de la disposición al cambio y a que la realidad de las cosas siempre puede ser de otra manera. Por lo que aquí, la intencionalidad de conocerlo todo vuelve a prestarse ridícula en virtud de la prudencia.
Otra idea que hace eco en la filosofía moderna es del estoico sufriente, aquel con pretensión de extirpar las pasiones y aguantar lo que el destino impone.
Aquí, Longás vuelve a presentarnos otra mira posible: la de la búsqueda de un modo por el cual el sujeto sea capaz de vincularse con las pasiones; una suerte de práctica que combina lo psicológico (aquellos pensamientos bajo los cuales se representa lo real y generadores expectativas imposibles) y lo ético (qué hacer con todo esto).
Una ascesis en donde la voluntad se torna devuelta al sujeto.
Por último, de la mano del pensamiento de Epicuro, nos viene a desmontar el vínculo, erróneamente mitificado, entre la felicidad, los placeres y el «bien» material.
Un pensamiento que salpica la sociedad actual, y del que el capitalismo se hace apropio apuntando a un mensaje, el de que «la felicidad se puede comprar», o lo que es peor aún; si la felicidad se puede comprar y pese a esto no se es feliz, la culpa viene a recordar que algo hemos de hacer para rellenar la falta de lo imposible.
Una imposición a la que quizás le podríamos poner de título «el superyó moderno». Pero como bien nos vuelve a recordar Longás, la fortuna está en aquello que puede ser de otra manera. Por lo que quizás haya que dejar de vivir asegurándonos, y empezar a asegurarnos de estar viviendo.
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